Buscar la esperanza que renueva
Casi sin darse cuenta las personas van llenando su vida de cosas, actividades, preocupaciones y otros tantos intereses que no les queda lugar para hacer silencio y oración. Según esta lógica siempre habrá algo más urgente que hacer oración. Pero ¿cómo y para qué ponerse a orar cuando se tienen tantas cosas en que ocuparse? Confiando en que Dios escucha a toda persona que le invoca y porque no es posible vivir la fe y los compromisos para transformar las situaciones adversas de la vida sin orar, confiadamente a Dios. Cristo enseñó a orar insistentemente a sus discípulos para hacer presente el reino de Dios en cada etapa de la historia y en cada rincón de la tierra (Lc 11, 1-13).
La oración confiada y el silencio ofrecen luz suficiente, para ver que la difícil situación social y política de México ha provocado un cierto desencanto y poco aprecio de la actividad política. La oración y el silencio dan sensibilidad para ver que México continúa con problemas graves que las autoridades están tratando de resolver: desempleo, narcotráfico, secuestros, asesinatos, migración, corrupción, educación y servicios de salud deficientes; falta de apoyo al campo, pobreza, ambición de poder, escasa credibilidad de las instituciones políticas y judiciales; salarios estratosféricos de funcionarios, propuestas políticas con falta de resultados. Pero también la oración y en silencio otorgan la sabiduría para aceptar las problemáticas que se viven en el territorio nacional y para buscar transformarlas, mediante la participación de cada ciudadano, sin exclusión de nadie.
La oración confiada y comprometida con las realidades sociales, económicas, culturales y políticas brinda también la luz necesaria, para descubrir con profundidad que la vida entera se acoge a la esperanza de mejorar cada problemática si se busca primero valorar la dignidad de cada persona y convertirla en agente y protagonista de su propia historia y del acontecer nacional y estatal.
Pbro. Juan Beristain de los Santos