UN SOLO DIOS Y TRES PERSONAS
Pbro. Roberto Reyes Anaya
Este es el misterio más sublime y, al mismo tiempo, el más profundo e incomprensible para la razón humana. Dentro de las religiones monoteístas (un solo Dios) la religión cristiana se distingue por su fe trinitaria.
La fe nos enseña que el verdadero Dios es una Trinidad. En una sola naturaleza divina hay tres personas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Estas tres personas, realmente distintas entre sí, son perfectamente iguales, por tener una sola e idéntica naturaleza. Tres Personas distintas en un sólo Dios, como aprendimos en el catecismo.
En el NT encontramos algunos textos que expresan sintéticamente la estructura trinitaria de la acción divina y que son el camino que nos llevan a la reflexión de la trinidad en sí. Entre ellos sobresale la fórmula bautismal de Mt 28,19. También puede verse 2 Cor 13,13; 1 Cor 12,4-7 y Gal 4,4-6.
La Iglesia ha tenido mucho cuidado en escoger los términos que se utilizan para expresar este misterio de Dios sin equívocos, valiéndose del lenguaje filosófico, que es más preciso. Estos términos son llamados “nociones trinitarias”. De esta manera se llama “naturaleza” a la única esencia divina (una naturaleza divina, un solo Dios); “persona”, ayuda a expresar la distinción dentro de la única naturaleza divina (tres personas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo). Las personas divinas no se reparten la única divinidad, sino que cada una de ellas es enteramente Dios (CIC 253).
¿Cómo es que llegamos al conocimiento de este misterio? Sólo podemos llegar al misterio de Dios por Jesús pues “a Dios nadie lo ha visto jamás; el Hijo unigénito, que es Dios…nos lo ha dado a conocer. Es decir, a la Trinidad solo tenemos acceso a través de la revelación: no hay otro camino para ir al Padre si no es Jesús: (Jn 14,5-6).
El misterio de Dios se ha revelado en la vida de Jesús (hechos y palabras) y en la efusión del Espíritu Santo. Por el hecho de haber enviado al mundo a Jesús, su Hijo, y haber enviado también a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, Dios nos ha hecho hijos suyos, nos ha hecho partícipes de su vida, y con ello, nos ha abierto el misterio del Dios uno y trino. Dios se nos ha revelado viniendo a nosotros, enviándonos a su Hijo y al Espíritu Santo (Gal 4,4-6).
El amor de Dios se manifiesta en el envío del Hijo para salvar al hombre (Jn 3,16). En esta misión el Hijo nos revela a Dios como Padre, su Padre (Mc 15,34); Jesús es quien conoce al Padre y lo da a conocer (Jn 10, 15); por quien vive y cuya vida nos participa (Jn 5, 25). Igualmente, el NT nos dice que Dios reconoce a Jesús como su Hijo, por ejemplo en el Bautismo (Mc 1, 9ss) o en la Transfiguración (Mt 17, 1ss).
En el envió del Espíritu Santo también se revela el misterio de Dios. El Espíritu ya estaba presente en la vida de Jesús desde la encarnación (Jn 1, 32-33), pero fue hasta su glorificación que fue enviado (don). Jesús en la Última Cena dice que conviene que Él se vaya para que venga el Paráclito (Jn 16,7), el cual procede del Padre (Jn 15, 26). Será entonces Jesús resucitado el que da el Espíritu (Jn 20,22). Este Espíritu guiará a los apóstoles a la verdad plena y fortalecerá su testimonio (Mt 13,11).
El dogma de la Trinidad ha sido siempre creído por la Iglesia, enseñado por todos los doctores y se halla resumido en esta frase del símbolo de San Atanasio: "La fe católica quiere que adoremos la Trinidad en la unidad y la unidad en la Trinidad, sin confundir a las personas y sin separar la substancia divina.
Al final siempre será difícil hablar de este misterio de amor tan grande. Hoy en día, una buena manera de recordar que más que un tema de estudio, el Dios Uno y Trino es un misterio de amor. Y el amor no es necesario entenderlo o explicarlo; el amor se acepta, se agradece y se comparte.