Arquidiócesis de Xalapa

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En la Eucaristía se ofrece el sacrificio espiritual: De Cristo y de la Iglesia

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Pbro. José Rafael Luna Cortés

Siendo la celebración de la Eucaristía un sacramento sumamente rico en su contenido teológico, espiritual y litúrgico, me gustaría fijarme en la palabra “sacrificio”. Esta palabra, la escuchamos en la celebración, cuando después de haber preparado las ofrendas el sacerdote dice a la comunidad: Oren hermanos para que este sacrificio mío y de ustedes sea agradable a Dios Padre…y la comunidad responde: El Señor reciba de tus manos este sacrificio…

En el pueblo de Israel se practicaban diversos sacrificios, buscando establecer una relación con Dios, mediante el ofrecimiento de un don. Lamentablemente perdieron su significación original y se convirtieron en “meros ritos” que por sí mismos querían garantizar el culto a Dios. Los profetas denunciaron continuamente esta situación anunciando que si no había una conversión, el templo sería destruido, como lugar en el que estaba únicamente permitido realizarlos. Por desgracia el pueblo de Israel no hizo caso de estas advertencias y tuvieron que pasar por la dura prueba de la destrucción del templo y del exilio. Esta experiencia de privación del templo y de los sacrificios les llevó a reencontrar en la escucha atenta de la Palabra de Dios y en un corazón contrito, el culto que a Dios agrada.

A esta forma de relacionarse con Dios se le llamará sacrificio espiritual, el cual consiste en el ofrecimiento de la propia vida en obediencia a la voluntad de Dios, y cuya expresión es la oración de alabanza y acción de gracias. Así que conservando la misma terminología sacrificial nos encontramos con un nuevo sentido, la vida hecha una oración, es en sí misma una ofrenda, que es un sacrificio.

A menudo al referirnos a la muerte de Cristo como un sacrificio puede venirnos la imagen de su muerte en cruz. Sin embargo por lo dicho anteriormente, la palabra “sacrificio” se refiere a la vida misma de Jesús quien ha llevado a cumplimiento el perfecto sacerdocio espiritual al que se llega por la escucha y obediencia a la palabra de Dios. Esta actitud de Cristo, que de su vida hizo un perfecto sacrificio espiritual, la podemos encontrar en Jn 4, 34: “Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra”.

En la eucaristía, la Iglesia celebra el sacrificio de Cristo, por eso la misa presupone un clima de oración contexto adecuado para escuchar la Palabra de Dios (primera parte de la misa) y en la que nace el deseo de vivir en la voluntad de Dios, como respuesta de amor al amor con que hemos sido amados. A este sacrificio espiritual, se agrega el signo externo del pan y el vino puestos sobre el altar (segunda parte de la eucaristía). Y Cristo al ver estos signos que estaban también en su mesa durante la última cena, como expresión de nuestro sacrifico, aunque pobre sacrificio que nace de la debilidad, realiza un intercambio durante la misa. El pan y el vino comienzan siendo dones nuestros, frutos de la tierra y del trabajo del hombre, son signos de nuestro deseo de querer escuchar su palabra y obedecerla, por eso durante la celebración Jesús los intercambia al consagrarlos en su cuerpo y su sangre es decir nos ofrece como fundamento de nuestra relación con Dios su propia fidelidad. Y por eso Cristo al ver nuestros dones afirma ante Dios que es su Padre “esto es mi cuerpo” “esto es mi sangre”.

            De ahí que el culto que ofrecemos a Dios le es agradable, cuando lo que ofrecemos al celebrar la eucarística es nuestra propia vida, realizada en obediencia a la voluntad de Dios. Desde luego por la mediación de Cristo, es nuestra vida ciertamente con todo lo oscuro que ella pueda tener, pero al mismo tiempo con todo el amor con que Dios nos ha amado en su Hijo Jesucristo, por eso al final de la plegaria eucarística, una vez que Cristo ha asumido como suya la ofrenda de la Iglesia, ésta proclama: “Por Cristo, con él y en él, a ti, Dios Padre omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos”. Amén.