La opción fundamental
Pbro. Artemio Domínguez Ruiz
Es un hecho innegable que la vida presenta un sinfín de opciones para su resolución. Aunque hay momentos en que uno puede sentirse encerrado y situado de espaldas contra la pared, la realidad es que muchos de esos encierros son puramente mentales, otros no. Pero lo que sí es cierto es que existe una pluridiversidad en todo lo creado y eso se traduce en una enorme riqueza para el ejercicio de nuestra elección. De suyo, existen las opciones porque tenemos libertad.
En este contexto se asoma la necesidad de aprender a distinguir las opciones que son esenciales de las que no lo son. Al respecto, han proliferado abundantes ideas en torno a la búsqueda de sentido por parte del ser humano. Esta búsqueda se centra en distinguir lo que reclama nuestra responsabilidad y lo que no merece la pena. Y se agrega que la vivencia de una verdadera libertad consiste en la recuperación del sentido que se ubica en el interior de cada uno de nosotros. Dicho esto con las palabras de santo Tomás de Aquino, se trata de cuidar y enriquecer la vida, que implica reavivar el «amor creador», que es lo contrario al vacío y al sinsentido vital. Por tanto, considerar las opciones y distinguirlas en su grado de importancia, nos lleva a la búsqueda de un sentido mayor de vivir y a la experiencia de una sana libertad.
Pero esto, en la vida cristiana adquiere un cariz distinto, porque el evangelio propone valores nuevos y paradojas que hacen creer, a simple vista, que la propia escala de valoración comienza a modificarse sobremanera. No es así. Más bien el evangelio nos conduce mejor y es capaz de reorientar nuestro corazón a realidades que mueven a vivir la bienaventuranza o la plenitud.
Está claro que lo central en el evangelio es Cristo y que la opción fundamental de todo cristiano es ponerlo a Él como centro de la propia vida y a su proyecto de salvación o reino de Dios, como guía que enmarca todo proceso de fe. Pero esto no es tan fácil como se lee. Implica arriesgarlo todo, hasta el propio pellejo. Este es un punto que demuestra la radicalidad de vida, no aquella que se jacta de poner máscaras para aparentar, más bien es la que se lleva de una manera callada y simple, pero siempre dando un sí de libertad.
Toda realidad que se absolutiza se vuelve ídolo en nuestro corazón. Incluso personas o situaciones que de suyo son buenas, como la familia. Pero a veces sucede que uno desoye la llamada de Dios a algún servicio arriesgado porque se deja inmovilizar por los lazos familiares. Esta es una disyuntiva frecuente. Es un hecho que es posible que los más queridos se conviertan en los peores enemigos si son ellos los que de alguna manera le impiden a uno hacer lo que Dios quiere que haga. En este punto aparece siempre la oferta de la opción. Cristo ofrece una elección; y una persona tiene que escoger a veces entre los lazos más íntimos de la Tierra y la lealtad total a Jesucristo. Sigue siendo un hecho de que todas las lealtades deben ceder el paso a la lealtad de Dios.
Por eso el Señor se ofrece como opción fundamental que nos libra de toda idolatría, incluso de las más sutiles. Parafraseando el diálogo de Jesús con Marta: muchas son las opciones, pero solo una es la fundamental (Cf. Lc 10, 41-42). El centro de nuestra vida es el Señor.