La dignidad de un cristiano tiene un precio de sangre
Ángel Alfredo López Lagunes
Desde el inicio de la temporalidad del hombre, Dios otorgó parte de su misma esencia en la naturaleza de cada ser humano, aún antes de haberles adoptado filialmente, pues gozaba de cierta dignidad, en el libro del Génesis en el capítulo 1 refiere que fue hecho a su imagen y semejanza, el Salmo 8 lo describe, “apenas inferior a un dios tú le hiciste, lo coronaste de gloria y esplendor, ¿qué es el hombre para que de él te acuerdes, el hijo de Adán para que de ellos cuides”, y refuerza lo que sucede en principio, reconoce que todo se ha puesto bajo el gobierno y organización de la humanidad.
Ha sido tan grande la dignidad del hombre que Dios Todo poderoso le concedió facultades como la libertad, la inteligencia y el libre albedrío, respetando la decisión de cada uno en cuanto querer seguirlo o no, en cuanto querer amarlo o serle indiferente. Como todo buen padre siempre espera la respuesta de sus hijos ante el amor que le otorga diaria y gratuitamente. Esta misma dignidad ha sido respetada al punto que después de la caída del hombre, Dios Padre no escatimó en amor al entregar al Hijo único, para que hallando perfección y plenitud en él, vuelvan de todo corazón.
San Pablo refiere a que la dignidad del ser humano fue rescatada al precio de la sangre del Cordero, no fue por la labor de Moisés que antecedió el camino del mesías, no fue ninguno de los profetas a pesar de estar tan cerca de Señor, sino una de las Divinas Personas que se sometió a rebajarse a la condición del esclavo para ofrecerse como el sacrificio perfecto.
Posterior a la venida de Cristo, conforme la institución del bautismo como el sacramento que agrega a los fieles no sólo a la Iglesia, sino a la familia de Dios, la dignidad dada es imborrable y eterna, la Sangre de Cristo no es una mera coincidencia a un suceso doloroso y cruento en un aspecto físico, sino que, para el pueblo judío era importante mantener su sangre en el torrente sanguíneo, pues en la sangre está la vida, así pues el sacrificio tuvo la donación de la misma vida de Cristo y por lo tanto nadie puede arrebatar esa cualidad. Existen ocasiones en que la persona puede prestar su cuerpo o se dona a malas inclinaciones, arraiga su vida al dominio del pecado y suele decirse que perdió la dignidad, algo completamente falso porque no se pierde, sólo se atenta contra ella. Por otro lado esa dignidad se engrandece al vivir bajo la gracia de Dios, al hacer resplandecer su obra en cada uno y ser una persona que buscó en todo momento hacer el bien, pues creció como persona.