Palabra de Dios y vida cotidiana
P. Artemio Domínguez Ruiz
Es común escuchar, en medio de las pláticas cotidianas, algunas frases que provienen de la Sagrada Escritura, o bien que se remiten a ella. Así, tenemos que, por ejemplo, cuando alguien no se fía de algo dice «yo como santo Tomás, hasta no ver no creer» (Cf. Jn 20, 27); o cuando se quiere zafar de algún compromiso dice «yo como Pilatos, me lavo las manos» (Cf. Mt 27,24); e incluso cuando se quiere defender de alguna agresión, expresa: «la boca habla de lo que abunda en el corazón» (Cf. Lc 6,45). Si el texto bíblico ha tocado el ámbito de la vida ordinaria quiere decir que su influencia ha sido de gran alcance entre nosotros.
Sin embargo, la Palabra de Dios, que está contenida en la Sagrada Escritura, no solo busca eso: ser parte de una cultura, sino que su alcance busca un fin mayor. Toca las fibras más íntimas y profundas del ser humano, porque es Dios mismo que está contenido en esa Palabra sagrada. Por tanto, su influencia no es superficial o accidental. Más bien es de gran tamaño y hondura, porque quien la recibe y se dispone a ella con un corazón abierto y bien dispuesto encuentra el camino mismo de la salud integral, es decir, el sendero de la salvación del alma.
En nuestra fe proclamamos que lo contenido en la Sagrada Escritura es Palabra revelada. Y esa revelación, por parte del Señor, ha tenido un desarrollo y ya ha alcanzado su plenitud. Pero, cabe mencionar que dicha plenitud no se puede recibir como si se tratara solo de un tipo de sabiduría especial o divina. La plenitud de la que aquí se habla es más bien una persona: Jesucristo, el hijo de Dios, que es quien da perfecto cumplimiento de la voluntad del Padre. Por tanto, dejarse influenciar por la Palabra de Dios es, al mismo tiempo, dejarse encontrar por su Hijo, nuestro Señor.
¿Cómo se constata esto en la vida cotidiana? Esa es una noble tarea que se vuelve parte de un proceso de vida espiritual. Cada uno puede ponerse una especie de termómetro donde se señale el grado de afectación de la Palabra de Dios en la propia vida. En la vida cotidiana hay muchas maneras en que Jesucristo, Palabra del Padre, puede tocar nuestros corazones con su Revelación. Él busca que tengamos vida y vida en abundancia (Cf. Jn 10, 10). Nos orienta desde el interior, para que nuestro actuar cotidiano demuestre con hechos nuestra opción de fe. Así, la norma última (y primera) de la vida cristiana es seguir a Cristo según el Evangelio.
La Palabra de Dios es crucial para nuestro andar. Busca siempre provocar un efecto de salvación: «La Palabra de Dios, por la que Dios me habla, es una palabra que me interesa a mí tanto como a Dios; una palabra de la que Él no solo es responsable, sino en la que está Él mismo implicado respecto a mí, y en la que yo estoy comprometido en relación con Él; una palabra, en fin, en la que está implicado todo mi problema de salvación y todo su deseo de salvarme» (J. R. Scheifler, La Palabra de Dios y la vida espiritual). Desde nuestra fe, Palabra de Dios y vida cotidiana están intrínsecamente ligadas entre sí.