El Espíritu Santo nos inspira en la oración

† José Rafael Palma Capetillo, Obispo Auxiliar de Xalapa
La oración no es propiamente una actividad más de la jornada cotidiana, sino que es la fuente y el impulso más grande de todo lo que realizamos. No importa la hora, ni el lugar, ni la carga de trabajo o si disfrutamos de un merecido descanso, la oración siempre propicia una unión más profunda con Dios. Podemos comprender mejor el valor de la oración y a lo que nos compromete gracias a la acción irresistible del Espíritu Santo, a quien todos los bautizados hemos recibido y cuya gracia actúa siempre en nosotros, aunque a veces no nos demos cuenta.
El influjo del Santo Espíritu en cada uno de nosotros es una acción verdaderamente divina, ya que es eficaz y nos va transformando desde dentro. Al comenzar el día, el Espíritu Santo nos enseña a dar gracias por todo lo que Dios nos da y nos permite realizar; cuando tenemos que tomar decisiones, el Divino Espíritu nos ayuda a discernir la voluntad de Dios y a aplicarla con prontitud; nos invita a orar tanto en las alegrías como en las dificultades y nos conduce al amor, que él mismo ha encendido en nuestros corazones.
Nos recuerda el apóstol Pablo que: “El Espíritu Santo viene siempre en ayuda de nuestra debilidad, ya que nosotros no sabemos pedir como conviene; pero el Espíritu mismo intercede continuamente por nosotros con gemidos inenarrables, y el que escruta los corazones conoce cuál es la aspiración del Espíritu y que su intercesión a favor de los santos es según Dios” (Rm 8,26-27). El apóstol de las naciones nos hace reconocer que ‘no sabemos pedir como conviene’, ya que con demasiada frecuencia pedimos solamente cosas pasajeras y materiales, y dejamos a un lado lo más importante: La gracia de Dios y la capacidad de amar. Por ejemplo, solemos pedir dinero u otras cosas materiales que necesitamos, sin embargo el Espíritu Santo nos enseña a bendecir a Dios por el trabajo que realizamos y suplicar a Dios que permita encontrar el sustento cotidiano. Comúnmente la gente pide a Dios que le quite los problemas que tiene que resolver, o las enfermedades que los hacen sufrir u otro tipo de dificultades, mientras que el Espíritu inspira el corazón de cada uno para pedir mayor fortaleza y que ‘nuestra carga se vuelva más ligera’ (cf Mt 11,30). Añade san Pablo que ‘el Espíritu Santo intercede permanentemente por nosotros con gemidos inenarrables’, porque es parte de su enseñanza para que aprendamos a confiar más en Dios. Realmente no siempre sabemos hablar con Dios y mucho más nos hace falta aprender a escucharlo (cf Mt 6,7). Nunca dejamos de aprender a orar. Cada día es una nueva oportunidad que nos ofrece el Espíritu Santo para valorar nuestro encuentro con Dios y para alimentar la confianza total en él.
En cualquier lugar del mundo donde se hace oración, allí está el Espíritu Santo como soplo vital de la oración (cf Folleto EVC, El Espíritu Santo, ¿quién es?, México 2006, 451). En el corazón del ser humano, en la inmensa gama de las más diversas situaciones y condiciones, tanto favorables como desfavorables, se da la acción del Espíritu Santo, quien alienta la oración aun en medio de persecuciones y prohibiciones. La oración por obra del Espíritu Santo llega a ser una expresión cada vez más madura de cada creatura humana, ya que por medio de la plegaria, cada uno participa más intensamente de la vida divina.
Es tan importante la inspiración del Santo Espíritu a favor de cada discípulo de Cristo que –de acuerdo a la expresión del apóstol Pablo–: “Nadie puede decir ¡Jesús es el Señor!, sino es con la acción del Espíritu Santo” (1Cor 12,13). Con esta acentuada expresión nos indica el apóstol la capacidad que nos da el Espíritu Santo, que nos renueva permanentemente y nos impulsa para orar y servir con amor.
La Iglesia nos invita a repetir una y otra vez: “Ven, Espíritu Santo” y, aunque ya tenemos dentro de nosotros al “Amable huésped del alma”, en latín Dulcis hospes animae (cf Secuencia de Pentecostés), en realidad la Iglesia, como madre y maestra, nos hace tomar mayor conciencia de que el Divino Espíritu está siempre con nosotros, dentro de nosotros, a favor de nosotros. Invoquemos, pues, confiada y cotidianamente al Santo Espíritu, dejemos que su luz nos guíe por el camino que Cristo nos ha enseñado, hagamos caso a sus inspiraciones y aprendamos a orar en todo momento.
El Espíritu Divino nos inspira en la oración y nos conduce a una vida coherente en las buenas obras. Movida por la luz del Espíritu Santo, santa Teresa de Calcuta señala que: “No hay diferencia entre oración y amor. No podemos decir que oramos, pero que no amamos o que amamos sin necesidad de orar, porque no hay oración sin amor y no hay amor sin oración”. La Virgen María, ejemplo de una total confianza en Dios, comprendió y conservó en su corazón inmaculado lo que significa llenarse del fuego del Espíritu para ser siempre joven, fuerte e incansable; para mantener encendida la fe y el amor en su corazón; ésta es la clave para orar sin cesar y servir a Dios en el prójimo. “Espíritu Santo, ven, te necesitamos”.