Arquidiócesis de Xalapa

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Sexto mandamiento

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Lila Ortega Trápaga

«El dominio de sí es una obra que dura toda la vida» Catecismo de la Iglesia Católica #2342

Sugiere el sexto mandamiento, leído de pasada, que contrapone el gusto de disfrutar la sexualidad y quien ataca al creyente, de común utiliza el argumento como discriminación para quienes aman a una pareja. Nada más opuesto a la realidad de la intención de Dios al ordenar no cometer adulterio.

Dominar los placeres involucra mucho más que reprimir los deseos. Significa templar el carácter, la voluntad y respetar a quien nos creó, amar a quien nos salvó, y seguir a quien nos guía: Nuestro Dios todo poderoso, uno y trino, incomprensible a la razón, pero absoluto en el amor que nos prodiga y nos resuelve con entera disposición para recibirnos el día que seamos llamados a su presencia.

No cometer actos impuros es un mandamiento destinado a los esposos, pero se construye desde la infancia, gracias a la educación y testimonio de los padres, que deben ayudar a sus hijos a conocerse, amarse y disfrutarse, sí, pero no en la autocomplacencia de instinto buscando un placer efímero, sino en el disfrute pleno que solo quien conoce y vive en la virtud puede contar.

Todo dominio de uno mismo comienza en el primer mandamiento, se complace en el segundo y se manifiesta en el tercero. Quien ama a Dios sobre todas las cosas, le busca en todo momento y no se deja tentar por bajas pasiones ni se entrega a la prostitución, masturbación y practica la castidad, quien ama a su prójimo como a sí mismo no le causa daño con infidelidad y promiscuidad, y esa fuerza de voluntad se reflejará en el orgullo que su familia siente por esa persona.

La castidad es una palabra en desuso y ridiculizada, porque se ha romantizado y vuelto gracioso contar en las historias que los adolescentes que empiezan su vida sexualmente activa es por amor. Que dejar al primer esposo o esposa por una persona que se conoce después, es amor. Que la pareja perfecta llega como las gotas de lluvia, y se tienen que aceptar, en nombre del amor.

Y quien es fiel, casto, prudente, sano en su pensar y actuar sexual, quien defiende su sexualidad creada, está fuera de la realidad, es reprimido, no sabe amar. Pero quien conoce a Dios, y se sabe amado por Dios, es feliz, pleno y crece en plenitud. Se sabe partícipe del plan de salvación y busca el rostro de Dios. Se complace, si es su vocación, en el matrimonio, pasando previamente en el conocimiento en la amistad, el enamoramiento en el noviazgo y así su complacencia sexual dentro del sacramento en el que se inicia la familia es feliz y pleno de amor verdadero.

La vocación del ser humano es amar, no hacer el amor. Confundirlo nos lleva al hedonismo, a confundir el hacer por ser. Nosotros, amamos, luego entonces, correspondemos a quien nos ama con profundo apego. Dios nos ama absolutamente, por lo tanto le debemos amar absolutamente. La búsqueda de las relaciones desordenadas, no es otra cosa que la falta de amor. El amor libre existe, pero no está bien definido si lo que ostentas es la sexualización pública y desmedida, esas relaciones se encuentran muy lejos del verdadero amor.