Arquidiócesis de Xalapa

Inicio  ›  Noticias

Pedro, no teme, porque se hunde, se hunde, porque teme

Compartir

Pbro. Joaquín Dauzón Montero

Muchas veces, desde niño, escuchaba la siguiente frase: “el miedo es mal consejero”. ¿Será verdad totalmente Yo sé que entre la lista de emociones, propias de nosotros los humanos, hay cuatro básicas entre las que se encuentra el miedo. Sé que una emoción es como flor de un día, es decir, pasajera. Pero, hay otras cosas que suelen movernos de muchas maneras: los sentimientos y, estos, son duraderos. He aprendido estas cosas de psicólogos, porque soy muy miedoso, y no me pregunten ¿Por qué?.

Bueno, los sentimientos son el resultado de una emoción mal razonada, ya que, si no usamos bien la razón para encontrar, en su exacto valor, el motivo de la emoción, en este caso, el miedo, exageramos las cosas y vemos moros con tranchete o fantasmas, como los discípulos en la barca del evangelio: “se espantaron”, “daban gritos de terror”, “les entró miedo”, esto último se dice de Pedro. De allí el encabezado de esta reflexión: Pedro no tiene miedo, porque se hunde, se hunde, porque tiene miedo y, por eso, Jesús le dice: “¿hombre de poca fe, por qué dudaste?”

Yo que soy miedoso he aprendido que el miedo se exagera por falta de seguridad, cuando suponemos que no hay nada o nadie que nos sostenga y, en este caso, nada hay más seguro que Dios, por eso, porque es Dios.

Pedro dudó de quien le había permitido caminar sobre el agua. Se me olvidaba: el miedo es mal consejero sí, pero sólo cuando no usamos correctamente nuestra razón y así respondo a la pregunta de arriba.

Ahora, atención, pues Pedro es símbolo de toda una comunidad pensada por Jesús, es prototipo de todos y cada uno de nosotros que navegamos en la barca y en un mar imprevisible, sorteando, toda clase de tormentas y contratiempos.

Así como a Pedro, Jesús, nos concede participar de su poder divino, es decir, del poder de estar por encima de todos los elementos contrarios y caminar seguros sobre ellos, pero siempre en él y con él. Dicen algunos que sólo así el hombre se basta así mismo, seguro de ser salvado; ¡nunca de otra manera!.

No debo olvidar, no se nos debe olvidar, que tenemos una promesa divina: “Yo estaré con ustedes hasta el fin del mundo” con la que el autor del texto termina su evangelio. Pero hay que creerlo, aceptarlo y vivirlo a diario, para navegar seguros en medio de tantas cosas como las que ahora mismo nos estremecen, por tantos dimes y diretes que pudieran entorpecer nuestra razón.

Después de resucitar, Jesús, ya no se duerme sobre los cabezales en la proa de la barca , como en otra travesía por el mar de Galilea, ahora está, ES más bien, EN y con nosotros cumpliendo su promesa, segurísimo.