Arquidiócesis de Xalapa

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Mujer de fe

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I.Q. Sandra B. Lindo S.

Desde siempre se ha visto en la mujer cananea un modelo acabado de fe y oración unidas, es decir, de fe suplicante. Su fe aparece con un fuerte relieve personal: fe centrada en la persona de Jesús a quien reconoce como Mesías, fe que sale al encuentro del Señor, fe dinámica y orientada a la liberación del prójimo, en este caso su hija. Por otra parte, su oración reúne las condiciones que Jesús quiso para la misma: fe, confianza y perseverancia sin desmayo. La grandeza de su fe suplicante radica en su actitud personal, como lo reconoce Jesús, pues se abre con pobreza de espíritu a la voluntad de Dios, a la primacía de su Reino y de su justicia, ante todo, y simultáneamente al bien del otro.

Fe y oración van, y deben ir, unidas en nuestra vida, por un lado, la FE es la actitud básica del creyente, la condición constitutiva e indispensable, lo primero de todo, según Jesús, y la oración, a su vez, evidencia la presencia y vitalidad de la fe en el diálogo del hombre con Dios. La base para una buena oración es una fe madura que no entiende la oración como búsqueda egoísta de los favores de Dios, sino que debe ser fruto de una fe adulta y de un amor desinteresado. La crisis actual de fe y de oración se debe a la carencia de respuestas válidas para los problemas nuevos. Hoy necesitamos la respuesta de la Escritura sobre Dios y la persona de Jesucristo. Una fe madura requiere una catequesis, una evangelización y una conversión continuas que sustituyan la ignorancia, el miedo al castigo y, en definitiva, el desconocimiento de Jesucristo y su mensaje.

La mujer de fe confía en Dios, sabe que él tiene interés en su vida, sabe que la conoce, es un regalo que Dios nos da.