Arquidiócesis de Xalapa

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¿Cuál es la fuerza que nos habita? ¿De qué estamos hechos?

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Pbro. José Juan Sánchez Jácome

Ante tanto sufrimiento y preocupación, ¡cuánto se agradece ver a muchos hermanos que buscan a Dios! No se dan por vencidos ni se dejan alcanzar por este ambiente que orilla a la desesperanza. Este notable regreso a Dios refleja cómo la fe siempre se encuentra latente en la vida de las personas. La fe en estos casos se expresa como confianza en Dios y al mismo tiempo, como humilde reconocimiento de los errores que nos llevaron a alejarnos de Él. Se comienza a ver la necesidad y urgencia de este retorno a Dios, por lo que resulta realmente esperanzador que muchos hermanos además de expresar su fe, también quieran perseverar en este nuevo estilo de vida.

Me parece que este aspecto es el que precisamente permitirá que la fe nos saque siempre adelante y nos lleve cada vez más a crecer en la vida espiritual, superando los obstáculos y desafíos que se van poniendo en la vida del creyente. En efecto, no es fácil mantenerse en una vida de fe. Hay muchos factores que desalientan una auténtica vida de fe. En este caso no me estoy refiriendo a las constantes dudas que nos asaltan. Hay dudas de tipo religioso e intelectual que nos lleven a replantear algunas cosas que aprendimos de otra manera, sin embargo, es posible enfrentarlas y superarlas con la teología misma y con la riquísima tradición de pensamiento de nuestra Iglesia.

Pero junto a las dudas que podemos clasificar como religiosas e intelectuales, hay dudas existenciales que tienen el poder de afectar las bases o de exhibir la poca consistencia de nuestra fe. Dudas que ponen a prueba las bases en las que estamos construyendo nuestra vida y la relación con Dios. El mundo está lleno de estos desafíos; el creyente experimenta este ambiente adverso y todas las fatigas que tiene que pasar para mantenerse firme en una vida de fe. Por eso, San Ignacio de Antioquía sostenía: “...Hoy día ya no basta con confesar la fe, hay que manifestar hasta el final la fuerza que nos habita”. Se trata de preguntarnos de qué estamos hechos, cuanta capacidad tenemos para reponernos de todos los obstáculos, tropiezos y dificultades que vamos experimentando. Quizá sólo hemos asociado la fe a los momentos de luz pero llega el momento en el que tenemos que reconocer la presencia de Dios, no sólo en la luz sino también en la cruz.

Tenemos que agradecer a Dios por el don de la fe, porque siempre el Señor ha venido acompañando nuestra vida y porque forma parte de nuestra vida la vinculación a la Iglesia. Sin embargo, además de la fe tenemos que mantenernos firmes hasta el final. La perseverancia debe ser una nota fundamental de nuestra fe. Que no condicionemos nuestra relación con Dios si las cosas no nos gustan. Que no seamos generosos en esta relación sólo cuando van bien las cosas. Hoy la fe necesita creer con firmeza frente a las dificultades que están llegando constantemente para desalentar este camino. Ciertamente nos angustian y nos desalientan las difíciles situaciones que estamos pasando.

Han sido meses de mucho desgaste físico, emocional, económico y espiritual a consecuencia de la pandemia. Las historias de dolor y de incertidumbre se siguen acumulando en muchas familias que además ven muy complicado salir adelante. De manera inaudita y a pesar de tanto luto y sufrimiento en las familias, el ambiente político genera mayor dolor y frustración ante la confrontación de las fuerzas políticas y las historias de corrupción que siguen apareciendo. No obstante, este panorama tan complicado y desalentador, sorprende que la fe siga sosteniendo y fortaleciendo la vida de tantas personas que de distintas maneras han sido alcanzadas y afectadas por las pruebas tan duras que estamos pasando.

Dice José Luis Restán pronunciándose desde el asombro que genera una vida de fe: “Que la Iglesia exista hoy significa, frente a cualquier escepticismo (incluido el de los propios cristianos), que el Señor cumple su promesa. Lo que me sorprende no es la mediocridad, las divisiones y traiciones cotidianas. Lo que me sorprende es la fe, esa flor de gracia tan débil aparentemente, que crece a la intemperie de todas las épocas”. Cuál es, pues, la fuerza que nos habita, de qué estamos hechos. Hay que responderlo con sinceridad para que nuestra fe no sea condicionada ni desalentada por los problemas, sino sostenida por la fidelidad y la misericordia de Dios que sigue cumpliendo sus promesas, aunque el mal y el desorden imperantes sean aparatosos.