Arquidiócesis de Xalapa

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La corrección fraterna, un caminar junto al hermano

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Pbro. José Rafael Luna Cortés

Una de las obras de misericordia espirituales nos invita a corregir al que se equivoca. En este sentido el profeta Ezequiel en el capítulo 33 advierte que si una persona ha sido puesta como centinela para advertir al pueblo de alguna posible desgracia, y si resulta que alguien oye bien el sonido del cuerno que advierte del peligro, pero no hace caso, su muerte será consecuencia de su propia responsabilidad (cf. v 4). Pero si uno se da cuenta de alguien va por un camino equivocado y no hace algo para corregirlo a tiempo para que se aparte del mal, entonces –dice el Señor- yo te pediré cuentas de su vida (cf. v. 9). Nuestro Señor Jesucristo, quien ha venido a dar plenitud a la ley y los profetas (cf. Mt 5, 17) nos invita también a estar atentos a la corrección fraterna del hermano: Si te has dado cuenta de que tu hermano anda en malos pasos ¡ve y corrígelo! (Mt 18, 15). 

Pero, en lo personal yo creo que esta enseñanza del evangelio no requiera mayor exhortación, porque no dudo de que todos de una u otra forma, sí hemos puesto en práctica este consejo. Podríamos pensar en los papás ¿cuantas veces no han amonestado a sus hijos para que se aparten del mal camino? Seguramente muchas veces. Incluso cualquiera de nosotros lo habremos hecho también con amigos cuando les decimos simplemente ¡no fumes tanto, que te va hacer daño! Así que exhortar a otros a apartarse del mal sí lo hemos realizado y con ello cumplimos lo que la palabra de Dios nos pide. Pero el problema no es éste, sino el hecho de que por haber querido hacer un bien, seguramente en no pocas ocasiones, hemos salido raspados, cuantos no hemos escuchado como respuesta: ¡Bueno y a ti que! Y eso por decir lo menos, y en esto cada uno sabe cómo le ha ido. 

La cuestión por lo tanto es saber cómo hacer esta amonestación al prójimo de forma que no se sienta agredido u ofendido. De ahí que considero importante el que tengamos este criterio general: El principio de toda comunicación es la búsqueda de la comunión, de la felicidad, de la paz y del amor, no me planto ante el otro como el maestro y juez de su vida, al margen de sus problemas, como si yo mismo pudiera estar exento de defectos y debilidades, sino más bien como el compañero de camino en esta vida que quiere estar con esa persona en su búsqueda de la propia paz y felicidad. De este criterio general podemos sacar tres principios concretos para que pueda darse esta actitud de compañeros de camino en esta vida, puede haber más y ya cada uno tendrá que añadir los propios criterios según las propias necesidades: 

1. No se puede amonestar al otro desde afuera. Diciéndole palabras piadosas o bonitas que hemos leído en algún libro. Debo aprender a ingresar en su casa, en su interioridad, en su dolor y heridas que le hacen reaccionar de una determinada manera. Cuando la persona no me percibe como juez sino como el compañero que se sienta a compartir su dolor, puede ser que quite las barreras de autodefensa para dejar entrar al amigo que vibra en sintonía con sus necesidades. 

2. Es necesario hablar con claridad. Para poder decir a la otra persona hasta donde podemos en verdad ayudarla en su necesidad, para no brindarle falsas esperanzas que luego se conviertan en otras heridas por la decepción, eso de que ¡cuenta con migo! Y a la hora de la hora no ayuda esa persona, sale peor. Y con un tono de voz adecuado a la situación, hay gente que quiere ayudar mucho, pero no se si no se da cuenta de que al hablar hiere más a la persona. 

3. Saber escuchar con atención y serenidad a la persona. Porque puede ser que al inicio aquella persona sólo quiere dar a conocer lo que hay en su interior, lo que le molesta, lo que lleva por dentro como una carga pesada. Y digo escuchar con serenidad porque no se espera un juicio sobre lo que esta diciendo, es decir si es bueno o malo. Cuando la persona que habla esta descargando su interior, puede que diga muchas incoherencias pero es debido a que habla de acuerdo a como ella percibe las cosas desde su dolor. En su momento habrá que ayudarle a darle sentido a todo aquello que por ahora le parece una desgracia, pero también habrá que saber hacerlo en su momento. 

Es realmente difícil esta tarea, por eso el mismo Señor Jesús en su evangelio nos ofrece una segunda alternativa: “Yo les aseguro –dice Jesús- que si dos o mas se ponen de acuerdo para pedir algo en mi nombre, sea lo que fuere, mi Padre se los concederá” (Mt 18, 19), pues hagamos uso continuo de este recurso, pongámonos de acuerdo con algunas personas para hacer oración para pedir la conversión de quien así lo requiere. 

Ciertamente el papa Francisco ya nos ha dicho que las “obras de misericordia son «artesanales»: ninguna de ellas es igual a otra; nuestras manos las pueden modelar de mil modos, y aunque sea único el Dios que las inspira y única la «materia» de la que  están hechas, es decir la misericordia misma, cada una adquiere una forma diversa” (Carta Apostólica Misericordia et Miseria, no. 20). Así que esta obra de misericordia, corregir al que se equivoca, puede tomar diversas formas según se requiera cada caso, pero lo cierto es que no podemos tomar una actitud de indiferencia ante el mal camino que algún hermano pudiera estar recorriendo.