Ayunar libera, cuarto mandamiento de la Iglesia

María Gabriela Hernández Cuevas
Seguimos reflexionando los mandamientos de la Iglesia, recordemos que son una exhortación para alcanzar la plenitud en la vida cristiana, para ayudarnos alcanzar el Cielo y cumplir con los 10 mandamientos de la ley de Dios. Esta vez pondremos nuestra mirada en el cuarto mandamiento: abstenerse de comer carne y ayunar en los días establecidos por la Iglesia. Días en los que se nos invita a poner nuestra mirada en la cruz de Jesús, en su misericordia y en el amor derramado por toda la humanidad.
Todos los viernes del año (que no coincidan con alguna solemnidad) son penitenciales en memoria de la muerte de nuestro Señor, por lo que la Iglesia nos pide que sea un día de abstinencia, es decir que nos privemos de comer carne. Aunque no nos cueste trabajo, es válido el sacrificio por el hecho de estar obedeciendo una norma. Cabe aclarar que la Conferencia del Episcopado Mexicano establece la siguiente excepción:
“La CEM, consciente de la situación de pobreza en que viven muchos sectores de los fieles, y dado que nuestra cultura admite otros signos más adecuados de penitencia, dispone que se pueda suplir la abstinencia tradicional de carne (excepción hecha del Miércoles de Ceniza y Viernes Santo): Por la abstinencia de aquellos alimentos que para cada uno sean de especial agrado, o por la materia, o por el modo de su confección; o por una especial obra de caridad; o por una especial obra de piedad; o por otro significativo sacrificio voluntario” 1.
El Viernes Santo y el Miércoles de Ceniza son los días que la Iglesia universal ha establecido para el ayuno y la abstinencia. Es decir que en estos días sólo realicemos una comida fuerte durante el día y no comamos carne. El ayuno y la abstinencia de carne no está pasado de moda, no se ha modificado ni se puede maquillar.
El Catecismo de la Iglesia Católica en el numeral 2043 nos dice que este cuarto mandamiento “asegura los tiempos de ascesis y de penitencia que nos preparan para las fiestas litúrgicas y para adquirir el dominio sobre nuestros instintos, y la libertad del corazón”.
No son prohibiciones solo por capricho, son acciones que nos guían a un mayor encuentro con Dios. En el ayuno y la abstinencia encontramos la verdad de que el verdadero alimento es Cristo, nos liberamos también de las dependencias a las pasiones desordenadas, nos disponemos a pensar más en Dios. Cada vez que ayunemos y pasemos hambre, pensemos, “Señor llena tú este vacío, ayúdame a siempre tener hambre de ti, alimenta mi alma”.
Además, si acompañamos estas prácticas con obras de misericordia, sacaremos mayor provecho y dispondremos el corazón no sólo a Dios, sino a los demás.
1 Decreto CEM Normas Complementarias de la CEM a la luz del Nuevo Código De Derecho Canónico (Núm.1231)