San Joaquín y Santa Ana, padres de la Virgen María

Celeste del Ángel
Cada 26 de julio se celebra en la Iglesia Católica la fiesta de San Joaquín y Santa Ana, padres de María, la Madre de nuestro Salvador, Jesucristo. Ellos tuvieron el privilegio de ser los abuelos de Jesucristo.
Pasaron sus vidas adorando a Dios y haciendo el bien. La tradición dice que primero vivieron en Galilea y más tarde se establecieron en Jerusalén.
San Joaquín es descrito como un hombre prominente, rico, respetado por el pueblo y un hombre muy piadoso. Él provenía de la casa de David, y regularmente daba su ofrenda a los pobres y al templo.
Sin embargo, como él ya tenía bastante tiempo de haber estado casado con Ana y no habían engendrado ningún hijo, se decía que su esposa era estéril, y el sumo sacerdote rechazaba a Joaquín y su sacrificio, ya que la falta de hijos de su esposa era interpretado por el pueblo judío como una señal de desagrado divino, un castigo de Dios para su descendencia.
En consecuencia a esto y embargado con una enorme tristeza, San Joaquín se retiró al desierto, donde ayunó e hizo penitencia durante cuarenta días.
La pareja oró fervientemente para que les llegara la gracia de tener un hijo e hicieron una promesa en que dedicaría a su primogénito al servicio de Dios. Ana prometió consagrar el bebé a Dios.
En respuesta a sus oraciones y sacrificios, Un ángel se le apareció a Santa Ana y le dijo: "El Señor ha mirado tu tristeza y tus lágrimas; tú concebirás y darás a luz, y el fruto de tu vientre será bendecido por todo el mundo".
San Joaquín también recibió el mismo mensaje del ángel. Dios había contestado sus oraciones en una forma mucho mejor de lo que ellos jamás podrían haber imaginado.
San Joaquín más tarde regresó a Jerusalén y abrazó con mucha emoción a su esposa Ana en la puerta de la ciudad.
Santa Ana daría a luz entonces a una hija a quien llamó María, la Inmaculada Virgen María, concebida sin pecado original, quien se convertiría en la más santa de todas las mujeres y en la Madre de Dios.
Y así, Santa Ana se encargó de los cuidados de la pequeña María durante unos breves años de su infancia, pero luego ella fue llevada al templo de Jerusalén para ofrecerla así en servicio a Dios, con un gran dolor fue entregada pero al mismo tiempo con una gran alegría de cumplir las promesas que ellos le habían hecho al Señor.
Ambos santos, llamados patronos de los abuelos, fueron personas de profunda fe y confianza en Dios. Benedicto XVI, un 26 de julio de 2009, resaltó -a través de las figuras de San Joaquín y Santa Ana-, la importancia del rol educativo de los abuelos, que en la familia “son depositarios y con frecuencia testimonio de los valores fundamentales de la vida”.